Saltó desde 1.200 metros, los paracaídas no se abrieron y sobrevivió

Victoria Cilliers tenía 39 años y era una experimentada instructora de paracaidismo y parte del ejército británico el domingo 5 de abril de 2015, cuando saltó desde el aeródromo de Netheravon a 1.200 metros de altura.

«Saltar al vacío” son tres palabras que solemos usar como metáfora cuando vamos a dar un paso que implica riesgos. Pero en este caso los saltos vertiginosos eran parte de la profesión que había escogido Victoria Cilliers. Ella se arrojaba al aire siempre después de una meticulosa revisión y de los chequeos que aplican con rigor los instructores militares que practican paracaidismo. Solo que esa fría tarde de primavera, a 1200 metros de altura, algo salió muy pero muy mal.

En caída libre

Era domingo de Pascuas, 5 de abril de 2015, cuando la experimentada instructora de paracaidismo y parte del ejército británico, Victoria Cilliers (39), aceptó el salto de regalo que su marido el sargento Emile Cilliers (35) le había hecho. Él quería que ella volviera a practicar lo que tanto le gustaba luego del nacimiento de Benjamin “Ben”, el segundo hijo de la pareja, ocurrido cinco semanas antes. 

Era una celebración. Victoria al principio dudó si debía hacerlo, pero para no desilusionar a su esposo avanzó. Como pareja venían desbarrancando y pensó que debía agradecer el regalo, complacerlo y llevar a cabo lo que a ella tanto la apasionaba.

Ese domingo él se quedó al cuidado de los pequeños y ella se dirigió hasta el aeródromo de Netheravon, sede de la Asociación Británica de Paracaidistas. El plan lo había organizado Emile: ella saltaría junto a otros paracaidistas. Lo habían intentado hacer juntos el día anterior pero el clima no lo había permitido. A pesar de ser veterana en la materia y tener miles de saltos a cuestas, después de un año sin practicar, el ejercicio le provocaba un poco de ansiedad.

Por el clima adverso no subirían hasta los 4000 metros habituales, saltarían desde 1200 metros de altura. Sería un salto corto y rápido, debido a las condiciones metereológicas. Saltaron primero los otros once del grupo. Antes que ella lo hizo un joven llamado James. Eran pasadas las cuatro de la tarde. Ahora le tocaba a ella. Se paró en el borde del Cessna y se lanzó al vacío.

Sintió el aire frío arañando su cara y contó los tres segundos que se deben esperar para abrir el paracaídas a esa baja altura. Tiró cuando correspondía para abrirlo, pero este no se desplegó. Algo pasaba, no funcionaba. Enseguida observó que las cuerdas estaban retorcidas y que ella bajaba girando como en espiral. Su compañero que se había lanzado antes vio lo que ocurría, ella parecía una muñeca de trapo.

Victoria estaba entrenada para dar el paso siguiente: deshacerse con rapidez de ese paracaídas principal inútil cortando las sogas y recurrió al de reserva. La bolsa salió de su arnés, pero tampoco este abrió del todo, solo lo hizo parcialmente. Continuaba en vertiginoso descenso. Un golpe a cien kilómetros por hora era una muerte segura.

Sabía perfectamente que la situación era dramática, pero no pensó en la muerte. Su compañero la observó pasar a su lado haciendo esfuerzos para que sus piernas no la dejaran cabeza abajo. Victoria intentaba disminuir su velocidad de caída, estaba enfocada en sobrevivir.

El impacto sería inevitable y se preparó para ello.

A las 4:27 golpeó el suelo y perdió la consciencia.

Los que la vieron estrellarse pensaron que había muerto de manera inmediata. No podía ser de otra manera.

Los servicios de emergencias fueron hasta el lugar con una de las típicas bolsas que se usan para trasladar cadáveres.

Increíblemente, cuando llegaron a donde había caído, ella respiraba y parecía estar recobrando la conciencia. Había tenido la suerte de aterrizar sobre un campo arado, sobre los surcos de tierra húmeda que le habían hecho de colchón. Victoria intentaba pensar y chequeó mentalmente si podía sentir sus brazos y sus piernas. Podía hacerlo. No se le había seccionado la médula espinal. No sentía ningún dolor, seguramente fuera la adrenalina que la recorría.

Poco después, en el hospital, conocería la seriedad de sus heridas: se había quebrado la columna en cuatro partes, tenía fracturadas casi todas sus costillas y la pelvis. Además, su pulmón derecho había colapsado por una hemorragia interna.

Para la sorpresa y el alivio de casi todos, Victoria Cilliers había sobrevivido a un salto de vértigo sin ningún paracaídas que amortiguara la colisión. Una mano divina parecía haberla acunado.

Los paramédicos la pusieron con cuidado en una camilla especial y la retiraron con un helicóptero.

Lo primero que pensaron las autoridades era que ese prodigio había sido producto de una combinación afortunada: su bajo peso corporal y que los dueños de ese campo hubiesen removido la tierra para la siembra. Acto seguido vinieron sus múltiples cirugías y un larguísimo proceso de recuperación, pero Victoria estaba emocionada y muy agradecida por estar viva. A su lado tenía a su adorado Emile ayudándola.

Después de todo, la desgracia había culminado con un broche de oro: ella podría ver crecer a sus pequeños hijos.

Accidente o ¿intento de asesinato?

En la Asociación de Paracaidistas del Ejército revisaron inmediatamente el paracaídas principal y encontraron que las cuerdas estaban enredadas alrededor de lo que se denomina la campana. Jamás podría haberse desplegado. Era algo totalmente atípico. Cuando examinaron el segundo paracaídas detectaron algo más: faltaban dos piezas clave para su correcto funcionamiento.

El de reserva había sido revisado por distintos técnicos en dieciséis oportunidades en los últimos meses. Había algo extraño en lo ocurrido con Victoria. De los 2,3 millones de saltos solamente en 2900 habían tenido que abrir el de reserva y había sido siempre con éxito. Jamás habían fallado ambos. La falla no era mecánica. No fueron ingenuos: estaban convencidos de que alguien había manipulado los artefactos con intención. Reportaron sus descubrimientos a la policía quien comenzó una pesquisa criminal. Irían a fondo. En esa investigación estaba incluido, por supuesto, todo el personal y el marido de la accidentada.

Cuatro semanas después de la caída, Victoria se estaba recuperando en su casa de las cirugías cuando la policía llegó a visitarla. Asumió que venían con los resultados del peritaje, para contarle dónde había estado la falla potencialmente mortal. Pero no, venían a comunicarle algo terrible: sus paracaídas habían sido saboteados intencionalmente. Fueron más lejos: le dijeron que sospechaban de su marido Emile Cilliers.

El shock fue tan importante que Victoria no pudo aceptar como cierto nada de lo que le dijeron. No podía ser, era solo un accidente. Su marido no era alguien capaz de algo así. Era imposible que él quisiera asesinarla, quitarle la madre a sus hijos. No lo dijo, pero lo pensó: no estaban bien como pareja, él podía engañarla o podría tener un amante, ¿pero matarla?, jamás.

La fisioterapeuta enamorada

Vayamos a la historia de la pareja Cilliers.

Victoria nació en Edimburgo, Escocia, en 1976 y estudió fisioterapia en la Universidad de Glasgow donde se recibió con honores. Menuda, de profundos ojos azules y piel de porcelana, era una joven comprometida con sus pasiones. Un tiempo después de recibirse se alistó en el ejército británido donde comenzó un rápido ascenso. Su sed de aventuras la orientó hacia el paracaidismo. Se convirtió en una experta instructora de paracaidistas de la Artillería Real. De hecho, una de sus mayores habilidades consistía en rescatar en el aire a los novatos cuando hacían malos saltos.

Por su parte, Emile Cilliers nació en Sudáfrica en 1980. Era el menor de tres hermanos de la pareja formada por Zaan y Stoltz Cilliers. Se mudó a Gran Bretaña a principios de los años 2000 y, en 2004, se unió al ejército británico. Con su primera esposa, Carly Taylor, tuvo dos hijas antes de divorciarse.

Fue esquiando, en el invierno de 2009, que Emile sufrió una lesión en una de sus rodillas. Concurrió a un centro de tratamiento en la base militar de Wiltshire para rehabilitarse. Ahí conoció a Victoria, quien tenía 34 años y ejercía como fisioterapeura.

Los dos eran parte de la fuerza, ambos saltaban en paracaídas, tenían mucho en común por lo que se entendieron a la perfección. Ella venía de un matrimonio fallido; Emile le contó que estaba separado y tenía dos hijas. Carismático y conversador no demoró en conquistarla. El amor fue fulminante. “No sé de dónde salió Emile ese día, pero cuando lo vi fue como una bomba de amor”, reconoció Victoria años después, “Me prometió todo lo que yo buscaba y me sentí como en un cuento de hadas”.

Al tiempo de estar saliendo llegó la extravagante propuesta de casamiento: fue en el continente africano en medio de un santuario de guepardos. Hubo casamiento en 2011, en Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Luego viajaron para instalarse en la casa que Victoria había comprado con una herencia en Wiltshire, Gran Bretaña. Rápidamente llegaron los dos hijos de la pareja: en 2012 nació Abril y en 2015 llegó Ben. Para el momento de su segundo embarazo, Victoria ya sumaba 2654 saltos. Parecían una pareja envidiable que disfrutaba de la familia y de la adrenalina del trabajo, pero dentro de casa habían comenzado los problemas.

Mientras Victoria cursaba la gestación de su hijo menor, un día Emile desapareció durante varios días. Esgrimió un viaje por trabajo. Victoria no lo supo entonces pero, en realidad, él se había ido a esquiar a Austria con su amante Stefanie Goller. Victoria, demasiado atareada con su hija mayor, su panza y su trabajo, ya hacía tiempo que no practicaba paracaidismo.

Las actitudes distantes de su marido la hicieron sospechar de que él podría tener un romance. Estaba desolada cuando descubrió algo más: él tenía otros dos hijos no declarados en Sudáfrica, llamados Celine y Trevor, con una ex novia de la adolescencia llamada Nicolene Shepherd.

Que le ocultara hijos le pareció terrible. Pero, como dice ella hoy, “elegí escucharlo a él”. Emile mentía sin pausa y gastaba más dinero del normal. Con plata de Victoria compró una pecera de mil dólares. En otra oportunidad a ella le faltó dinero en su cuenta y él sostuvo que era un fraude bancario.

Sin embargo, la investigación del banco determinó que el movimiento había sido desde el IP de la computadora familiar. Comenzaron las discusiones. Pero Emile ganó siempre. Pudo dominarla con sus artimañas y ella terminó convertida en una esposa sumisa que accedía a todo lo que él deseaba.

Victoria aceptaba las decisiones de su marido porque temía las consecuencias por contradecirlo. Cualquier discusión terminaba con Victoria pidiendo perdón: temía que se fuera, que los abandonara. Emile desaparecía cuando quería y hasta volvió a tener relaciones con su ex Carly a espaldas de su esposa. Victoria se llevaba muy bien con ella al punto que varias veces dejó a sus hijos pequeños al cuidado de Carly. Ceguera total.

En esta relación tóxica se encontraban cuando Emile apareció con la idea de que ella saltara nuevamente. El sábado de resurrección (qué fecha), fueron en familia con Abril de 3 años y Ben, el recién nacido. Estarían todos para ver saltar a su mamá. Emile se ocupó del paracaídas de Victoria y entró al baño con su kit de salto donde estuvo durante varios minutos.

Finalmente, el tiempo no ayudó a que se realizara el vuelo, debieron suspenderlo. Saltarían al día siguiente, domingo de Pascua, con mejores condiciones metereológicas. Aquí ocurrió algo extraño para las costumbres del lugar: el kit de Victoria no quedó en el hangar sino en su locker. Emile diría luego que había sido para que a ella le resultara más fácil siguiente organizarse.

El domingo, Emile ya no iría con ella, se quedaría con los hijos de ambos. Victoria se dirigió sola hacia Netheravon y al llegar le escribió un mensaje de texto a Emile. Le contó que el clima estaba mal de nuevo y que estaba tentada de volver a su casa para comer los huevos de chocolate.

Él le respondió y le dijo que siguiera adelante con lo planeado y le sugirió esperar a que el clima mejorara para hacerlo. Victoria no podía creer, por primera vez en mucho tiempo, Emile la mimaba, le prestaba atención y se quedaba al cuidado de los chicos.

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